‘Sherlock Holmes: Juego de Sombras’, mal de muchos, consuelo de tontos

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En mi reseña de Sherlock Holmes decía que el de Guy Ritchie era un Holmes al estilo de Max Power y la secuela demuestra claramente que ésta es la línea que va a seguir la franquicia. Sherlock Holmes: Juego de Sombras tiene absolutamente todos los síntomas de secuelitis aguda: un nacimiento precipitado por el éxito de la primera parte, la potenciación de la bis cómica de los personajes, la aparición de un villano de mayor nivel, secundarios nuevos que no terminan de cuajar, más acción y una trama debilitada por un exceso de carne en el asador.

Como ya conocemos el personaje la segunda entrega pierde capacidad de sorpresa y unos puntos de suspicacia para convertirse en una buddy movie repleta de acción con más espacio para bromas sobre la orientación sexual de Holmes y Watson que para las exhibiciones de audacia, reducidas a reiterativos flashforwards y observaciones improvisadas. Seguramente, el problema de esta secuela es que acusa la necesidad interna de resolver el enigma, uno tan global y tan grande que se difumina tras la nube de polvo que levanta todo el espectáculo pirotécnico.

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Sin embargo, el Sherlock Holmes de Guy Ritchie tiene un carisma y unas cualidades tan marcadas que ni siquiera la dolencia de la segunda parte resquebraja sus cimientos. Mantiene el trazo grueso y el estilo artificioso de la primera parte, y potencia todavía más el lado aventurero del detective en detrimento de su faceta intelectual (ambas combinaban mejor en Sherlock Holmes), adecuando el personaje para un caso más global que lo llevará por media Europa. Personalmente no creo que sea un aspecto positivo, pero es una opción variable de cara al futuro y a efectos prácticos no funciona mal.

Lo mejor de la película es que Ritchie juega muy bien el as de Moriarty, villano de Holmes por antonomasia, interpretado por un antológico Jared Harris que consigue crear una rivalidad de egos con Robert Downey Jr. a pesar de contar con pocos minutos en pantalla. Su presencia aporta un contrapunto chispeante a la saga y equilibra los roles protagonistas, puesto que Simza (Noomi Rapace) no suple ni de lejos la ausencia de Irene Adler (Rachel McAdams) y tristemente un personaje del potencial de Mycroft (Stephen Fry) es utilizado solamente para tapar los numerosos puntos de fuga del guión.

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