El hombre y el oso…

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Con una línea argumental muy leve, algunos episodios de la vida de un oso, levanta Jean-Jacques Annaud un poético y bravío relato visual, lleno de emociones profundas y de sentimientos a flor de piel. Los protagonistas son unos osos -aunque también hay actores secundarios humanos- y por eso, cuando comienza el film, se apresura el director en darles la importancia que merecen escribiendo sus nombres en primer lugar, como estupendos actores que fueron: Youk en el papel de oso cachorro y Bart en el de oso kodiak.

El rodaje fue realmente complicado y en unas condiciones nada favorables a la filmación de una película como son las montañas Dolomitas en los Alpes italianos. Para que nos hagamos una idea de lo difícil que tuvo que ser el rodaje, baste señalar que antes incluso de empezar, y dada la costumbre de los osos macho de atacar a las crías de su propia especie, el equipo de la película tuvo que acostumbrar al oso adulto a la presencia del cachorro; sirviéndose para ello, de un osito de peluche de similar aspecto hasta que pudieron trabajar con los dos a la vez sin peligro del pequeño. 

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Las montañas, además de los osos grises, son también protagonistas esenciales del film. Así, lo primero que ve el espectador cuando empieza, es una imagen de unas cumbres acicaladas con unas nubes confusas y algo desmadejadas; enseguida, en un lento movimiento panorámico, nos lleva la cámara a un risco en donde están el oso pequeño y su madre. Y no por casualidad, como cierre de la historia, lo último que nos muestra el film es una imagen imponente de unas montañas nevadas -la sensación de belleza, soledad y silencio impresiona- que en un parsimonioso zoom negativo (vamos de dentro hacia afuera) nos aleja de ellas, para separarnos definitivamnete de ese mundo tan sincero y legítimo y al mismo tiempo tan extrañamente irreal que es el de la naturaleza en estado puro.

Sorprende que el guión, quiero decir, los diálogos, sean breves y escasos, por cuanto lo esencial de este filme, la historia, se cuenta princpalmente a través de unas imágenes que cobran mayor importancia que lo que se dice por medio de las palabras que cruzan los actores humanos. Digo que sorprende, pero si lo pensamos bien, en realidad es la mejor y más inteligente opción (aunque no la más fácil) que podía haber escogido Annaud, con lo cual no resulta tan sorpresivo si tenemos en cuenta que, además, este director ya había realizado un largometraje en el que no había un guión al uso. Me estoy refiriendo a En Busca del Fuego del año 1981. Lo cual no debe confundirnos en absoluto de que la película no tenga guión; de hecho, el guionista tanto de El Oso como de En Busca del Fuego fue Gèrard Brach, colaborador de Annaud en muchos de sus filmes (también en la conocida El Nombre de la Rosa) así como muy conocido por haber firmado los guiones de excelentes largometrajes de Roman Polanski

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Uno de los fuertes de El Oso seguramente resida en el propio reto que supone, en especial por su producción y montaje: no debió resultar nada fácil hacer que la historia avanzase ya con todo el material grabado, como no debió resultar nada fácil hacer tomas en que los animales hicisen lo que tenían que hacer (Annaud contó en una entrevista que de lo peor fue instigar al oso adulto a atacar al hombre) y que entrasen en plano por donde estuviese previsto que lo hicieran… en gran medida funciona como un documental, pero afortunadamente sin las, en muchas ocasiones, baladíes voces narrativas de locutores que encima siguen un pueril guión muy de moda desde hace ya un tiempo, en el que se les ponen nombres (a cual más ridículo) a los pobres animales y se cuentan sus andanzas. Pero esto es otra cosa. Esto es cine, esto es arte.

Bueno y como soy músico, como ya dije en alguna ocasión por aquí, pues me fijo en la música. Y la de esta película me gusta y me parece que acompaña muy bien a sus imágenes. Está interpretada por una orquesta sinfónica (la de Londres) y la firma Philippe Sarde, un compositor francés habitual en el cine galo.

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