Lo que nos da miedo (I): los clásicos inmortales

Los que lleváis siguiendo este blog desde hace tiempo, ya sabréis que soy fan declarado del cine de terror y hacía tiempo que quería homenajear al género como es debido. “Lo que nos da miedo” pretende ser un ciclo (ya avanzo que largo) que repase la historia del cine de terror no a lo largo de los años, sinó a lo largo de subgéneros, mitos y temáticas recurrentes que han dado pie a un sinfín de clásicos del terror.

De la misma forma que la sociedad ha cambiado a pasos agigantados en el último siglo, el cine también lo ha hecho y, evidentemente, lo que daba miedo a la gente de hace 80 años no es lo mismo que nos da miedo hoy en día.

Echando la vista atrás, el primer gran icono del cine de terror es el vampiro, personado principalmente por la figura del Conde Drácula que tantas leyendas dejó en Transylvania. La primera película sobre el vampiro por excelencia es Nosferatu, el vampiro (F.W. Murnau, 1922), primera adaptación de la novela de Bram Stoker al cine con el handicap de que no tenían los derechos de la susodicha novela y, por esto, el Conde Drácula interpretado por Max Schreck se llamaba Conde Orlok.

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Otros Dráculas históricos han pasado por el cine, entre los que resaltan Drácula (Tod Browning, 1931) con Bela Lugosi, que básicamente vivió de hacer de vampiro, y Drácula (Terence Fisher, 1979) con otro “vampiro histórico”, Christopher Lee, en el papel protagonista.

De todos modos, no sólo de Drácula viven los vampiros. Con los años, el mito vampírico ha ido abandonando el género de terror para reinventarse en otros géneros como la acción o el cine romántico, como los más habituales.

A medio camino de traspaso de géneros de los vampiros tenemos dos películas subrayables de 1987: Los Viajeros de la Noche (Kathryn Bigelow, 1987) y Jóvenes Ocultos (Joel Schumacher, 1987). Las dos consideradas películas de culto, empiezan a mezclar con bastante acierto los vampiros con otro tipo de películas, un poco más alejadas del cine de terror más convencional.

Los Viajeros de la Noche fusiona con acierto los vampiros y el western y quizá tuvo menos difusión de la que merecía por la calidad de la película, mientras que Jóvenes Ocultos es la primera película que fusiona con fortuna el cine juvenil con el terror vampírico, algo de lo que sin duda mamaría Stephenie Meyer para escribir su Saga Crepúsculo aunque, evidentemente, con un tono absolutamente diferente.

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En otros géneros, también tenemos el drama romántico de Entrevista con el Vampiro (Neil Jordan, 1994) y dos cintas de acción irreverente muy de principios de los 2000 como Blade (Stephen Norrington, 1998) o Underworld (Len Wiseman, 2003) y sus secuelas, aunque, con o sin Drácula o, ya a otro nivel, la imprescindible reinvención del mito con Déjame entrar (Tomas Alfredson, 2008).

Dejando atrás los vampiros, el otro monstruo clásico abanderado como profeta del miedo es el hombre lobo, aquella persona maldita que con la luna llena se transforma en un lobo gigante y se come a todo quisqui. El hombre lobo también ha dejado grandes películas para la historia del cine, como por ejemplo las ancestrales El Hombre Lobo de Londres (Stuart Walker, 1935), con Henry Hull haciendo de bicho peludo y El Hombre Lobo (Lon Chaney Jr., 1941), protagonizada por Larry Talbot.

De todos modos, los mejores títulos protagonizados por hombres lobo llegarían en los 80, con Un Hombre Lobo Americano en Londres (John Landis, 1981) y Aullidos (Joe Dante, 1981), dos películas de terror que a hoy en día quizá tengan unas pintas obsoletas, pero que todavía son vigentes como auténticas obras maestras del cine de terror, con mucha diferencia de vagos intentos como el absurdo remake Un Hombre Lobo Americano en París (Anthony Walker, 1998) o la reciente El Hombre Lobo (Joe Johnston, 2010) protagonizada por Benicio del Toro.

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Por último, llega el tercer monstruo en discordia: Frankenstein, cuya curiosidad es que la aberrante criatura acabó tomando el nombre de su creador por vox populi, ya que originalmente no tenía nombre.

Frankenstein (novela original de Mary Shelley de 1818) es quizá la más evocadora y humana de las historias clásicas de miedo, por su pesada carga ética y emotiva que giran entorno al doctor y al monstruo que creó, siendo más un drama que consigue dar miedo por las consecuencias de jugar a ser Dios, algo que a día de hoy generalmente nos la traiga floja, pero que hace sólo 30 años todavía era santo y seña de la sociedad.

Son muchísimas las películas y spin-offs (con la novia, el hijo y el jovencito Frankenstein, sin ir más lejos) que ha dado la criatura de Frankenstein, pero las películas más destacadas sobre el monstruo y el mito en sí son El Doctor Frankenstein (James Whale, 1931), La Novia de Frankenstein (James Whale, 1934) o La Maldición de Frankenstein (Terence Fisher, 1957).

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Estos tres sin duda son los mitos inmortales de la historia del cine de terror, más explotados durante la primera mitad de siglo porque, evidentemente y como ya veremos, los miedos han cambiado y estas criaturas ya no tienen cabida en nuestras pesadillas. A pesar de esto, en los 90 se intentaron recuperar a los tres colosos y personalmente debo decir que con bastante fortuna.

Hablamos de Drácula, de Bram Stoker (Francis Frod Coppola,1992) con Gary Oldman, Lobo (Mike Nichols, 1994) con Jack Nicholson y Frankenstein, de Mary Shelley (Kenneth Branagh, 1994) con Robert De Niro. Menos la película de Kenneth Branagh, las otras dos son excelentes películas que consiguieron modernizar las historias clásicas para que no chirriaran a las puertas del siglo XXI, aunque el precio a pagar fuera olvidarse del cine de terror más genuino y buscar una historia más humana que contar.

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