‘Tron: Legacy’, veneno cinematográfico

Tron: Legacy es exactamente la suma de:

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(Quedaos con la imagen de Luke y Leia, porque la veréis en esta película.)

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Sí, Waterworld.

Y todo decorado con…

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FUCKIN' NEONES!!

Y ya está, no hay más. Bueno sí, que la odio. Tron: Legacy es el ejemplo más tóxico del cine comercial actual, del que ofrece una calidad cinematográfica deplorable pero que saldrá rentable gracias a un par de caras conocidas y a una potentísima campaña de márqueting que llevará a todos al cine como borregos de un rebaño.

Walt Disney viola literalmente Tron, una película de culto de ciencia-ficción de los 80 que a pesar de los efectos especiales prehistóricos tenía cierto encanto por la creación de un universo virtual con una identidad propia, una característica de la que Tron: Legacy no puede presumir porque el diseño de producción se ha basado en copiar (no confundir con homenajear ni con inspirarse) burdamente y sin pudor alguno estéticas de otros productos y hacer un refrito con luces fluorescentes y una saturación azulada; lo que pone de manifiesto un grave vacío creativo, escalofriante tratándose de una película en la que el escenario juega un papel protagonista.

Este gatillazo estructural se convierte en impotencia cuando uno asume que el filme de marras es más aburrido que leer la Constitución, un continuo de ineptitud insoportable mermado por la previsibilidad absoluta de su guión descuidado e infantil. Estamos ante el típico hijo brillante y descarriado que perdió a su padre de pequeño, y ya de mayor emprende un viaje para recuperarlo, reconciliarse con el pasado y alcanzar la madurez que le permitirá seguir con su vida y que su padre esté orgulloso de él. Y de paso, su padre también aprende una lección y todos contentos.

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Los personajes son tópicos con patas y el desarrollo de la trama es tan endeble que se sustenta, por decir algo, con flashbacks del pasado. Muere por la total incapacidad de Joseph Kosinski de manejar la cámara, de controlar el ritmo e, incluso, de mostrar algo que merezca atención. Nada adquiere relevancia ni emoción en este bucle de banalidad, no hay ni rastro de cine en esta película.

Ni siquiera las secuencias de acción son espectaculares, parecen un videoclip de música electrónica y vista una, vistas todas. Mi consejo es que os quedéis con los clips que han ido saliendo y os olvidéis de gastar un duro en este acto de negligencia de Walt Disney.

Y para terminar, otro capítulo especial de mi guerra particular contra el 3D: Los primeros 20 minutos se ven mejor sin gafas y en lo que resta de película hay que ponérselas para no verlo borroso, pero sólo vale la pena un efecto (cuando un tipo lanza un gancho para cazar el disco de Jeff Bridges).

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